CERRAR LOS OJOS (Un cierre de un ciclo perfecto)
En Cerrar los ojos queda firmado su testamento de vida. El paso del tiempo es inmortalizado en la historia y en los personajes que le dan forma. Al igual que la memoria. El dolor.
Después de 40 años desde su última obra de ficción, realizada en por él en su totalidad, el cine español recibe un obsequio por el director. A primera instancia, el miedo porque hayan pasado tantos años desde su último filme y que todo sea diferente, que ya no sea él mismo, existe. Tras la visualización, desaparece, dejando asomarse una fuerte admiración hacia el cineasta y su obra.
La película comienza haciendo referencia a una de las obras que el director nunca tuvo la oportunidad de terminar: El Embrujo de Shangai. A partir de este momento, el espectador hará presencia de los guiños a El Espíritu de la Colmena, entre otros, mediante el uso de la poética. Mucho menos intenso que en las obras que le preceden, pero el hecho de que esta característica siga presente nos da un respiro que nos hace recordar tiempos pasados. A su vez, lo onírico, los sueños, se pueden visualizar cuando Miguel Garay sueña con saber qué le habrá pasado a su amigo desaparecido, Julio Arenas.
Sus planos generales, llenos de colores miel, contraluces exageradas, nos teletransportan a otra casa que ya el cine presenció hace 50 años.
Todos estos recuerdos nos hacen plantearnos cómo después de tanto tiempo, un director es capaz de continuar su esencia. Pero lo más complicado, cómo es capaz de ser el mismo y, a su vez, adaptarse perfectamente a los tiempos que corren en el cine actual. Sin, a primera vista, ningún problema. Algo que no todos los directores de hace 60 años son capaces de lograr.
Cerrar los ojos es una premisa de cómo el filme se desarrollará, pero también de cómo el resto de sus películas evolucionan. La presencia de la mirada en todas sus obras siempre ha sido destacable y, el mero hecho de dedicarle el título de su película a lo opuesto, hace que su ciclo se cierre perfectamente.

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